El rostro aplastado contra la arena
el tiempo que se disuelve en la humedad
y que nos acusa de intentar retomar
aquellas palabras que un día de mayo
unieron el milagro de compartir
nuestras mejillas a través de un beso
y no veo por qué intenta retenernos
bajo la sombra de sus instintos
si ya somos adultos
si ya logramos deshacer
aquellos mitos que habitan detrás
del canto aleteante de las mariposas
y jamás hemos tomado una sola
gota del rocío que nos baña
que nos cubre
que se nos pega al cuerpo
como la arena
y no sé
porque la arena es un milagro
el rostro oculto de aquel árbol
donde dibujamos nuestros cuerpos
donde nos escondimos de las miradas
que buscaban el pecado de nuestra desnudez
y siempre vivimos ese instante
ese detalle colgado en aquella casita
la misma donde el tiempo
quiere mantener aprisionada
nuestras ansias de descubrir
el sendero inoportuno
la voz con sabor a destino
las malcriadeces de las palabras
que llegan justo a tiempo
que nos desatan
que nos muestran aquel trillo
entre malezas y arbustos
que nos llevará
según los grillos cantores
hasta el templo donde podemos
elevar nuestra protesta
hasta el altar
donde podemos desatar
aquellos nudos misteriosos
que nos han intentado esconder
que somos justo la mitad de un destino
y que si seguimos por el camino inoportuno
llegaremos un día hasta esa tormenta
la misma que al desaparecer
nos ofrecerá como regalo
la otra mitad de nuestro destino
entonces podremos decir
sin temor a la rebelión de las hormigas
que somos un fragmento
que se desprendió
sin temor a naufragar
y que muy pronto
renacerá la historia
que tantas veces
hemos tratado de escribir
El rostro aplastado contra la arena
la mano sin temores que nos oprime
el justo destino que nos aguarda
y el camino hasta la eternidad
son aquellas pequeñas cosas
que logramos colocar en nuestro equipaje